http://www.evangeliodeldia.org Laicos-por-el-Bautismo: December 2007

Laicos-por-el-Bautismo

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Location: Barcelona, Cataluña, Spain

Saturday, December 29, 2007

El valor del silencio_t

El valor del silencio
Tres veces al día, todo se detiene de Taizé: el trabajo, los estudios bíblicos, los intercambios. Las campanas llaman para la oración en la iglesia. Centenas, a veces miles de jóvenes de países muy diversos de todo el mundo, rezan y cantan con los hermanos de la Comunidad. La Biblia se lee en varias lenguas. En medio de cada oración común, el largo tiempo de silencio es un momento único de encuentro con Dios.
Silencio y oración
Si nos dejamos guiar por el libro más antiguo de oración, los Salmos bíblicos, encontraremos en ellos dos formas principales de la oración. Por un lado, la lamentación y la llamada de auxilio, y por otra el agradecimiento y la alabanza. De un modo más escondido, existe un tercer tipo de oración, sin súplica ni alabanza explícita. El Salmo 131, por ejemplo, no es más que calma y confianza: «Mantengo mi alma en paz y en silencio… Pon tu esperanza en el Señor, ahora y por siempre.»
A veces la oración calla, pues una comunión apacible con Dios puede prescindir de palabras. «Acallo y modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre.» Como un niño privado de su madre que ha dejado de llorar, así puede ser «mi alma en mí» en presencia de Dios. La oración entonces no necesita palabras, quizás ni reflexiones.
¿Cómo llegar al silencio interior? A veces permanecemos en silencio, pero en nuestro interior discutimos fuertemente, confrontándonos con nuestros interlocutores imaginario o luchando con nosotros mismos. Mantener nuestra alma en paz supone una cierta sencillez: «No pretendo grandezas que superan mi capacidad.» Hacer silencio es reconocer que mis preocupaciones no pueden mucho. Hacer silencio es dejar a Dios lo que está fuera de mi alcance y de mis capacidades. Un momento de silencio, incluso muy breve, es como un descanso sabático, una santa parada, una tregua respecto a las preocupaciones.
La agitación de nuestros pensamientos se puede comparar a la tempestad que sacudió la barca de los discípulos en el mar de Galilea cuando Jesús dormía. También a nosotros nos ocurre estar perdidos, angustiados, incapaces de apaciguarnos a nosotros mismos. Pero también Cristo es capaz de venir en nuestra ayuda. Así como amenazó el viento y el mar y «sobrevino una gran calma», él puede también calmar nuestro corazón cuando éste se encuentra agitado por el miedo y las preocupaciones (Marcos 4).
Al hacer silencio, ponemos nuestra esperanza en Dios. Un salmo sugiere que el silencio es también una forma de alabanza. Leemos habitualmente el primer versículo del salmo 65: «Oh Dios, tú mereces un himno». Esta traducción sigue la versión griega, pero el hebreo lee en la mayor parte de las Biblias: «Para ti, oh Dios, el silencio es alabanza.» Cuando cesan las palabras y los pensamientos, Dios es alabado en el asombro silencioso y la admiración.
La Palabra de Dios: trueno y silencio
En el Sinaí, Dios habla a Moisés y a los israelitas. Truenos, relámpagos y un sonido te trompeta cada vez más fuerte precedía y acompañaba la Palabra de Dios(Éxodo 19). Siglos más tarde, el profeta Elías regresa a la misma montaña de Dios. Allí vuelve a vivir la experiencia de sus ancestros: huracán, terremoto y fuego, y se encuentra listo para escuchar a Dios en el trueno. Pero el Señor no se encuentra en los fenómenos tradicionales de su poder. Cuando cesa el ruido, Elías oye «un susurro silencioso», y es entonces cuando Dios le habla. (1 Reyes 19).
¿Habla Dios con voz fuerte o en un soplo de silencio? ¿Tomaremos como modelo al pueblo reunido al pie del Sinaí? Probablemente sea una falsa alternativa. Los fenómenos terribles que acompañan la entrega de los diez mandamientos subrayan su importancia. Guardar los mandamientos o rechazarlos es una cuestión de vida o muerte. Quien ve a un niño correr hacia un coche que está pasando tiene razón de gritar lo fuerte que pueda. En situaciones análogas, han habido profetas que han anunciado la palabra de Dios de modo que resuene fuertemente a nuestros oídos.
Palabras que se dicen con voz fuerte se hacen oír, impresionan. Pero sabemos bien que éstas no tocan casi los corazones. En lugar de una acogida, éstas encuentran resistencia. La experiencia de Elías muestras que Dios no quiere impresionarnos, sino ser comprendido y acogido. Dios ha escogido «una voz de fino silencio» para hablar. Es una paradoja:
Dios es silencioso, y sin embargo habla
Cuando la palabra de Dios se hace «voz de fino silencio», es más eficaz que nunca para cambiar nuestros corazones. El huracán del monte Sinaí resquebrajaba las rocas, pero la palabra silenciosa de Dios es capaz de romper los corazones de piedra. Para el propio Elías, el súbito silencio era probablemente más temible que el huracán y el trueno. Las manifestaciones poderosas de Dios le eran, en cierto sentido, familiares. Es el silencio de Dios lo que le desconcierta, pues resulta tan diferente a todo loque Elías conocía hasta entonces.
El silencio nos prepara a un nuevo encuentro con Dios. En el silencio, la palabra de Dios puede alcanzar los rincones más ocultos de nuestro corazón. En el silencio, la palabra de Dios es «más cortante que una espada de dos filos: penetra hasta la división del alma y del espíritu.» (Hébreos 4,12). Al hacer silencio, dejamos de escondernos ante Dioss, y la luz de Cristo puede alcanzar y curar y transformar icluso aquello de lo que tenemos vergüenza.
Silencio y amor
Cristo dice: «Éste es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Juan 15,12). Tenemos necesidad de silencio para acoger estas palabras y ponerlas en práctica. Cuando estamos agitados einquietos, tenemos tantos argumentos y razones para no perdonar y no amar demasiado y con facilidad. Pero cuando mantenemos «nuestra alma en paz y en silencio», estas razones se desvanecen. Quizás evitamos a veces el silencio, prefiriendo en vez cualquier ruido, cualquier palabra o distracción, porque la paz interior es un asunto arriesgado: nos hace vacíos y pobres, disuelve la amargura y las rebeliones, y nos conduce al don de nosotros mismos. Silenciosos y pobres, nuestros corazones son conquistados por el Espíritu Santo, llenos de un amor incondicional. De manera humilde pero cierta, el silencio conduce a amar.

Copyright © Ateliers et Presses de Taizé

Monday, December 24, 2007

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios

Libro de Isaías 52,7-10.

¡Qué hermosos son sobre las montañas los pasos del que trae la buena noticia, del que proclama la paz, del que anuncia la felicidad, del que proclama la salvación, y dice a Sión: "¡Tu Dios reina!". ¡Escucha! Tus centinelas levantan la voz, gritan todos juntos de alegría, porque ellos ven con sus propios ojos el regreso del Señor a Sión, ¡Prorrumpan en gritos de alegría, ruinas de Jerusalén, porque el Señor consuela a su Pueblo, él redime a Jerusalén! El Señor desnuda su santo brazo a la vista de todas las naciones, verán la salvación de nuestro Dios.

Carta a los Hebreos 1,1-6.

Después de haber hablado antiguamente a nuestros padres por medio de los Profetas, en muchas ocasiones y de diversas maneras, ahora, en este tiempo final, Dios nos habló por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo el mundo. El es el resplandor de su gloria y la impronta de su ser. El sostiene el universo con su Palabra poderosa, y después de realizar la purificación de los pecados, se sentó a la derecha del trono de Dios en lo más alto del cielo. Así llegó a ser tan superior a los ángeles, cuanto incomparablemente mayor que el de ellos es el Nombre que recibió en herencia. ¿Acaso dijo Dios alguna vez a un ángel: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy? ¿Y de qué ángel dijo: Yo seré un padre para él y él será para mi un hijo? Y al introducir a su Primogénito en el mundo, Dios dice: Que todos los ángeles de Dios lo adoren.

Evangelio según San Juan 1,1-18.

Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: "Este es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo". De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.

Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.



Leer el comentario del Evangelio por :

Beato Guerrico de Igny (hacia 1080-1157), abad cisterciense
1er sermón para la Navidad


“Aquí tenéis la señal: un recién nacido… acostado en un pesebre” (Lc 2,12)


“Nos ha nacido un niño” (Is 9,5). Y el Dios de majestad, anonadándose a sí mismo (Flp 2,7) se hizo semejante a nosotros, no tan sólo tomando un cuerpo terrestre de mortal, sino todavía más, en la edad tierna y débil de los niños… ¡Oh santa y dulce infancia que restituyes al hombre la verdadera inocencia! Gracias a ti cualquier edad puede llegar a ser una dichosa infancia (Mt 18,3) y ser conforme al Niño-Dios, no por la pequeñez de sus miembros, sino por la humildad del corazón y la suavidad de sus costumbres…

Para servirte de ejemplo, Dios ha querido, siendo al más grande de todos, hacerse el más humilde y pequeño de todos. Era poco para él estar por debajo de los ángeles tomando la condición de la naturaleza mortal; ha sido preciso hacerse más pequeño que los hombres tomando la edad y la debilidad de un niño. Que preste atención el hombre piadoso y humilde y se felicite de esta verdad. Que preste atención el hombre impío y orgulloso y sea confundido. Que vean al Dios infinito hecho niño, un pequeño a quien hay que adorar…

En esta primera manifestación a los mortales, Dios ha preferido presentarse bajo los rasgos de un niño pequeño, aparecer más amable que temido. Así, puesto que viene a salvar y no a juzgar, muestra por el momento lo que puede suscitar amor, y deja para más tarde lo que podría inspirar el temor. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de su gracia (Hb 4,16), nosotros que no podemos ni tan sólo pensar sin temblar en el trono de su gloria. Aquí no hay nada terrible ni severo que temer. Por el contrario, todo es bondad y dulzura para inspirar confianza. Verdaderamente, nada hay más fácil de apaciguar que el corazón de este niño; a ti, el culpable, adelanta tus ofrendas de paz y de satisfacción y, el primero, te envía mensajeros de paz para alentarte a una reconciliación.
Sólo necesitas querer lo que te envía, y quererlo verdadera y perfectamente. No sólo te concederá el perdón, sino que te colmará de su gracia. Más aún, apreciando que no es una ganancia despreciable el hecho de haber encontrado a la oveja perdida, celebrará por ello una fiesta con sus ángeles (Lc 15.7).

Tuesday, December 18, 2007

Dios tuvo un sueño

Dios tuvo un sueño. El soñó la Creación. Y la creó. Creó el cielo y la tierra, las flores y las hierbas, los árboles y los bosques, las montañas y las colinas, los ríos y los mares, los peces y los pájaros, los insectos y los mamíferos. Pero a Dios le faltaba algo en su sueño. Entonces soñó al ser humano, hecho a su imagen y semejanza. Creo al ser humano como hombre y mujer. Pero el ser humano oscureció la imagen que Dios se había hecho de el . Se distancio de Dios. Se escapó de Dios y de sí mismo, creyéndose autosuficiente. Se separó de su propio origen. No vivió delante de Dios, sino que se ocultó de El. Se fue deformando en sí mismo por su egoísmo y soberbia. Cerro las puertas de su corazón y no dejo entrar a Dios dentro de sí. No sólo renunció a la comunidad con Dios, sino que también se volvió contra sí mismo, y contra sus hermanos y hermanas. Se extravió, quedó atrapado en la maraña de sus propios delirios y mentiras.

Entonces Dios soñó nuevamente su sueño. Soñó al ser humano tal como estaba pensado en verdad. e hizo su sueño realidad, estableciendo un nuevo comienzo. Quiso que su propio Hijo, la imagen de su gloria, se hiciera humano. "el Hijo único, que está en el seno del Padre (Juan I, 18) , El debía devenir humano y restaurar la imagen original del ser humano. El debía mostrar a los seres humanos cómo podrían ser, si vivieran cimentados en la unidad con Dios. El debía recordarles su origen Divino, el núcleo Divino que aún portaban en sí mismos, pero que a causa del pecado habían eclipsado. En Navidad celebramos el sueño de Dios, cómo éste se ha hecho visible en Jesucristo, el Hijo del Padre, Nuestro Redentor. Celebramos al Ser Humano en su Ser puro, tal como resplandece en Jesús. (continuará)