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Sunday, November 12, 2006

palabra de vida

«Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados» (Mt 5, 6)

Noviembre de 2006

En el lenguaje corriente la palabra “justicia” evoca el respeto de los derechos humanos, la exigencia de igualdad, la justa distribución de los recursos humanos, los organismos encargados de hacer respetar las leyes.¿Es ésa la justicia de la que habla Jesús en el Sermón de la Montaña, de donde hemos tomado esta bienaventuranza? Sí, también, pero ésta viene como efecto de una justicia más amplia, que incluye la armonía de las relaciones, la concordia, la paz.La sed y el hambre recuerdan las necesidades primarias de cualquier individuo, símbolo de un anhelo profundo del corazón humano nunca plenamente satisfecho.

Según el Evangelio de Lucas, Jesús habría dicho simplemente: “Felices los que tienen hambre”(1). Mateo explica que el hambre del ser humano es hambre de Dios, el único que puede saciarlo plenamente, como había comprendido muy bien San Agustín que, al comienzo de las Confesiones, escribe la famosa frase: “Nos has hecho para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti”(2). El mismo Jesús ha dicho: “El que tenga sed, venga a mí y beba”(3). El, a su vez, se ha alimentado de la voluntad de Dios(4).

«Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados»

Justicia, en el sentido bíblico, significa entonces vivir conforme al proyecto de Dios sobre la humanidad, a la que ha pensado y querido como una familia unida en el amor.El deseo y la búsqueda de justicia han estado inscriptos desde siempre en la conciencia del hombre, Dios mismo se los ha puesto en el corazón. Sin embargo, pese a las conquistas y los avances logrados a lo largo de la historia, qué lejos está todavía la realización del proyecto de Dios. Las guerras que también hoy están en curso, lo mismo que el terrorismo y los conflictos étnicos, son signos de las desigualdades sociales y económicas, de las injusticias, de los odios.Los obstáculos para la armonía humana no son sólo de orden jurídico, es decir, por la falta de leyes que regulen la convivencia; dependen de actitudes más profundas, morales, espirituales, del valor que damos a la persona humana, de cómo consideramos al otro.También, en el plano económico, el creciente subdesarrollo y la distancia entre ricos y pobres, con la inicua distribución de los bienes, no se deben sólo a ciertos sistemas productivos, sino también y sobre todo a opciones culturales y políticas: son una cuestión humana.Cuando Jesús invita a dar también el manto a quien pide la túnica, o a hacer dos kilómetros con quien pide hacer uno (5), indica un “algo más”, una “justicia más grande”, que supera la de la práctica legal, una justicia que es expresión del amor.

«Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados»

Sin amor, respeto por la persona, atención a sus exigencias, las relaciones personales pueden ser correctas, pero pueden también volverse burocráticas, incapaces de dar respuestas que satisfagan las exigencias humanas. Sin amor nunca habrá verdadera justicia, coparticipación de bienes entre ricos y pobres, atención a la singularidad de cada hombre y mujer y a la situación concreta en que cada uno se encuentra. Los bienes no caminan por sí solos: son los corazones los que tiene que moverse y hacer mover a los bienes.

«Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados»

¿Cómo vivir esta Palabra de Vida?Viendo al prójimo tal como es en realidad: no sólo un ser humano con sus derechos y su fundamental igualdad con todos, sino como la imagen viva de Jesús.Amarlo, aunque sea enemigo, con el mismo amor con el cual lo ama el Padre, y estar dispuestos al sacrificio por él, incluso al supremo: “Dar la vida por los propios hermanos”(6). Viviendo con él en la reciprocidad de la entrega, compartiendo bienes espirituales y materiales, hasta llegar a ser todos una sola familia.Entonces sí, nuestro anhelo de un mundo fraterno y justo, tal como Dios lo ha imaginado, se hará realidad. Él mismo vendrá a vivir en medio de nosotros y nos saciará con su presencia.

Así es como un trabajador cuenta: “La empresa donde trabajo se unió, hace poco, con otra del mismo sector. Después de esta fusión, me pidieron que repasara la lista de los empleados, porque en la nueva distribución había que cesantear a tres. A mí no sólo me pareció que no había motivo para esa decisión, sino que además era repentina, tomada sin ninguna consideración por las consecuencias de tipo humano que habría tenido sobre los interesados y sus familias. ¿Qué hacer? Recordé entonces la Palabra de Vida. El único modo era hacer como Jesús: amar yo primero. Entonces presenté mi renuncia y les dije que no firmaría las tres cesantías.

No aceptaron mi renuncia y, en cambio, me preguntaron cómo pensaba insertar a los empleados en la nueva organización. Yo ya tenía preparado el nuevo plan del personal, para agilizar y hacer más útil la inserción de todos en los distintos sectores. Lo aceptaron, y todos seguimos trabajando.”

Chiara Lubich

1) Cf Lc 6, 21;
2) Libro I, 1,1;
3) Jn 7, 37;
4) Cf Jn 4, 34;
5) Cf Mt 5, 40-41;
6) Cf Juan Pablo II, Sollecitudo rei sociales, n. 40.

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